MUROS

Qué es el amor sino un muro, tan alto que se funde con el cielo, tan grueso que deja un eco sordo al golpearlo. Has intentado escalarlo, cayendo en el primer paso o desde las nubes que sólo desdibujan su inapelable ascenso. Has intentado tumbarlo, rendido ante la primera piedra o hasta ver sangrar tus propias manos, cavando en el infinito.

Y sin saber por qué, fisuras y cicatrices no son razón suficiente para dejar de intentar superarlo. No hay espejos donde verse derrotado, ni agua donde lavar heridas, ni ropajes donde secar las lágrimas de amargura. Estás tu y el muro. Nada, nadie más. No sabes cómo llegarás al otro lado, a veces lo piensas y no encuentras siquiera hipótesis posibles. Pero eso no te detiene.

Te lanzas, inconsciente, abandonado por el raciocinio, con conducta visceral, guiada por aquello que llamas “alma”. Eres invencible, tienes que llegar al otro lado del muro, debes superarlo, atravesarlo, dejarlo atrás. Ni la más atroz de las magulladuras en tu cuerpo te detendrá. Porque lo que hay al otro lado tira de ti, lleva tu cognos un paso más allá, te vuelve perfectamente irracional.

No podrás describir jamás lo que hay tras el muro, ni siquiera alcanzándolo. Nos sobrepasa a los humanos. Y está bien que siga así. De lo contrario, ¿cómo íbamos a superarlo?

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